El Virreinato de Nueva España, establecido en 1535 tras la conquista de México-Tenochtitlan, fue una de las entidades políticas más vastas e influyentes bajo el dominio de la Monarquía Hispánica. Representaba el eje central del Imperio español en América, integrando una diversidad geográfica y cultural sin precedentes que se extendía desde América del Norte hasta Asia.
Su territorio abarcaba lo que actualmente es México, una gran parte del sur de los Estados Unidos (incluyendo regiones como California, Texas y Florida), y la totalidad de los países que hoy conforman Centroamérica. Además, este virreinato trascendía los océanos, incorporando posesiones en el sureste asiático como las Filipinas, las Islas Marianas y las Islas Carolinas. Incluso, durante un breve periodo, llegó a controlar la isla de Taiwán. Esta vasta extensión territorial convertía al virreinato en un imperio transcontinental único en su tiempo.
La capital del virreinato fue la Ciudad de México, construida sobre los restos de la antigua Tenochtitlan. Este centro urbano no solo se consolidó como la sede del poder político y administrativo, sino también como un punto clave para el comercio global y la evangelización de los pueblos indígenas. Bajo su jurisdicción se organizaron las principales actividades económicas y sociales del virreinato.
La estructura política del Virreinato de Nueva España estaba diseñada para administrar su vasto territorio mediante una organización dividida en reinos y capitanías generales. Cada uno de estos territorios contaba con sus propios gobernantes, bajo la supervisión del virrey, quien además de su título principal, ostentaba el cargo de gobernador y capitán general. Entre los reinos establecidos se encontraban México-Tenochtitlan (1527), Nueva Galicia (1530), Guatemala (1540), Nueva Vizcaya (1562), Nuevo León (1569), Nuevo México (1598), Nueva Extremadura (1674) y Nuevo Santander (1746). Por otro lado, las capitanías generales, que eran regiones con un enfoque militar y administrativo, incluían Santo Domingo (1535), Yucatán (1565), Filipinas (1574), Puerto Rico (1582) y Cuba (1777).
En algunos casos, los gobernantes de estas regiones eran denominados presidentes gobernadores, como en Nueva Galicia, Guatemala y Santo Domingo, dado que también presidían las reales audiencias, que actuaban como tribunales superiores. Estas audiencias, conocidas como «pretoriales», poseían una gran relevancia política y judicial en el sistema virreinal.
Además de estas divisiones políticas y administrativas, el virreinato contaba con dos señoríos notables. El más destacado fue el Marquesado del Valle de Oaxaca, otorgado a Hernán Cortés y sus descendientes, que abarcaba extensos territorios donde los marqueses ejercían jurisdicción civil y criminal. Dentro de este señorío se encontraban diversas propiedades importantes, como estancias de ganado, plantaciones agrícolas, ingenios azucareros, batanes y astilleros. El segundo fue el Ducado de Atlixco, concedido en 1708 por el rey Felipe V a José Sarmiento de Valladares, exvirrey de Nueva España y esposo de la condesa de Moctezuma, con jurisdicción sobre localidades como Atlixco, Tepeaca y Guachinango.
En el siglo XVIII, el rey Carlos III implementó las reformas borbónicas para reorganizar el virreinato. Estas medidas, introducidas en 1786, establecieron las intendencias, una estructura administrativa que redujo algunas de las facultades del virrey, otorgando mayor autonomía y eficacia a los gobiernos locales.
A comienzos del siglo XIX, el virreinato entró en una profunda crisis debido, en parte, a la guerra contra Francia en la península ibérica, lo que debilitó el control español en América. Este deterioro culminó con la crisis política de 1808 en México, que provocó la destitución del virrey José de Iturrigaray. A partir de estos eventos surgieron movimientos conspirativos como la Conjura de Valladolid y la conspiración de Querétaro, que prepararon el camino hacia la independencia de México. En 1821, con la consumación de esta independencia, el Virreinato de Nueva España dejó de existir.
Capital
Ciudad de México
Idioma oficial
Español y Náhuatl
Superficie
• Total
7 657 000 km²
Población (1810)
• Total
• Densidad
5 500 001 hab.
0,72 hab/km²
Gentilicio
Novohispano -a
Tras la conquista del reino nazarí de Granada en 1492, los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, consolidaron su poder y emprendieron nuevas empresas que cambiarían el curso de la historia. Ese mismo año, decidieron financiar la expedición del navegante genovés Cristóbal Colón, quien, el 12 de octubre, llegó a una isla caribeña llamada Guanahaní, a la que renombró como San Salvador. Colón creía haber alcanzado su objetivo de encontrar una nueva ruta hacia las codiciadas Indias Orientales, pero en realidad había abierto las puertas de un continente desconocido para Europa.
Las expediciones españolas continuaron explorando el recién descubierto «Nuevo Mundo». En 1517, Francisco Hernández de Córdoba llegó a las costas de Yucatán, donde enfrentó la resistencia de los mayas. Tras dos enfrentamientos con ellos, Hernández de Córdoba resultó gravemente herido y falleció poco después de regresar a Cuba. Al año siguiente, en 1518, Juan de Grijalva lideró otra expedición que lo llevó a las costas de Campeche y Tabasco. Durante su viaje, entabló contacto con el cacique maya Tabscoob y escuchó relatos sobre una ciudad magnífica y poderosa: la Gran Tenochtitlan, centro del mayor imperio de Mesoamérica. Su expedición terminó en las costas de Veracruz.
En 1519, Hernán Cortés, autorizado por el gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar, emprendió su célebre expedición hacia estas tierras recién exploradas. En febrero de ese año, llegó al territorio mesoamericano y, en marzo, desembarcó en Tabasco. Allí, derrotó a los indígenas en la batalla de Centla, lo que permitió la fundación de Santa María de la Victoria, la primera población española en lo que luego se llamaría Nueva España. Durante este tiempo, Cortés recibió como tributo a Malintzin (también conocida como Malinche), quien se convertiría en su traductora y aliada indispensable en la conquista del Imperio Azteca.
Posteriormente, Cortés continuó su avance y fundó La Villa Rica de la Vera Cruz, la primera villa española formalmente institucionalizada en territorio azteca. Este asentamiento se convirtió en la base estratégica desde la cual comenzó la conquista de Tenochtitlan, marcando el inicio de una nueva era para Mesoamérica y el establecimiento del dominio español en estas tierras.
El 8 de noviembre, Cortés llegó a Tenochtitlan.
Moctezuma Xocoyotzin, el último gran tlatoani del Imperio Azteca, vivió su mandato bajo el peso de premoniciones que auguraban el fin de su civilización. Una antigua profecía sostenía que Quetzalcóatl, fundador mítico del imperio, regresaría en forma de un hombre blanco y barbado. La llegada de Hernán Cortés en 1519 fue interpretada por Moctezuma como la materialización de esta profecía, lo que lo llevó a recibir al conquistador español en su palacio, construido por su antecesor Axayácatl, con muestras de hospitalidad y reverencia.
En junio de 1520, los acontecimientos tomaron un giro dramático. Los españoles, conscientes de su delicada posición, detuvieron a Moctezuma y proclamaron la conquista, lo que desató una violenta rebelión entre los aztecas. Cortés instó al tlatoani a intentar calmar a su pueblo, pero la multitud, llena de ira, lo atacó lanzándole piedras. Las heridas recibidas fueron fatales, y Moctezuma murió pocos días después.
Tras su muerte, Cuitláhuac, hermano del difunto emperador y señor de Iztapalapa, fue elegido nuevo tlatoani de Tenochtitlan. Cuitláhuac lideró un levantamiento masivo el 30 de junio de 1520. Con el apoyo de los tlatelolcas y estrategias militares indígenas, lograron expulsar a los españoles de la ciudad. En su retirada, los conquistadores sufrieron grandes bajas, perdiendo cerca de mil hombres. Este episodio pasó a la historia como la Noche Triste, en la que, según relatos, Cortés lloró bajo un ahuehuete tras la derrota.
A pesar de este revés, Cortés contaba con importantes aliados entre los pueblos sometidos por los aztecas, como los tlaxcaltecas y chalcas. Estos le permitieron reorganizarse y, en enero de 1521, poco más de seis meses después de su derrota, el conquistador inició nuevamente su marcha hacia Tenochtitlan. Sin embargo, los aztecas enfrentaban una crisis: Cuitláhuac había muerto en noviembre de 1520 víctima de la viruela. Cuauhtémoc asumió el liderazgo como el último tlatoani.
En marzo de 1521, Cortés comenzó el sitio de Tenochtitlan, bloqueando el acceso al agua y a recursos esenciales. A pesar de la resistencia de sus defensores y la alianza de la ciudad con Tetzcuco y Tlacopan, el asedio debilitó gradualmente a los aztecas. El 13 de agosto de 1521, la ciudad cayó, marcando el colapso del Imperio Azteca y el inicio del dominio español. Cuauhtémoc, en un último intento desesperado, trató de escapar en una balsa por el Lago de Texcoco, pero fue capturado.
Encarcelado en Coyoacán, Cuauhtémoc fue juzgado por conspiración y ejecutado en la horca el 28 de febrero de 1525, cerrando el capítulo de la resistencia azteca y consolidando la presencia española en la región.
El término «Nueva España» fue propuesto por Hernán Cortés en su carta de relación de 1520 dirigida al emperador Carlos V. Cortés sugirió este nombre en alusión a la fertilidad, el tamaño y el clima de las tierras conquistadas, que consideraba comparables a las de España. Tras la victoria militar y la rendición de la capital mexica, México-Tenochtitlan, Cortés ordenó la demolición de la ciudad para construir en su lugar una nueva capital. Con la ayuda del arquitecto Alonso García Bravo, diseñó su trazado conforme al modelo urbano español. Así nació la Ciudad de México, que se convirtió en el corazón administrativo y político de lo que pasó a denominarse Nueva España, incorporando tanto a los señoríos aliados como a los sometidos por las tropas conquistadoras.
En los primeros años del virreinato, la organización de la sociedad en Nueva España giró en torno a los capitanes de la expedición, con Cortés como figura central en su calidad de capitán general. Estos líderes no solo consolidaron el control sobre los territorios conquistados, sino que impulsaron nuevas expediciones para expandir el dominio español. Gradualmente, se implantó un sistema económico inspirado en los modelos occidentales, basado en prácticas agrícolas, comerciales y financieras. Sin embargo, muchos aspectos de las estructuras prehispánicas se mantuvieron vigentes, como los sistemas de tributación, la circulación de mercancías y algunos poderes locales.
La población indígena constituyó siempre la mayoría en la sociedad virreinal. Podían establecerse en centros de población ya existentes adaptados al modelo español o mediante congregaciones, que reunían a varias comunidades dispersas en un solo lugar. Los indígenas también eran empleados en las primeras encomiendas, sistemas laborales que contribuyeron al desarrollo laboral digno.
Así, Nueva España comenzó a configurarse como un territorio marcado por la confluencia de tradiciones indígenas y españolas.
El siglo XVII marcó un período de apogeo para los virreyes de Nueva España, consolidándose su poder y responsabilidad en un territorio vasto y complejo. Durante este tiempo, las relaciones internacionales y la economía transoceánica alcanzaron una importancia destacada. En 1611, Luis de Velasco, quien anteriormente había servido como virrey del Perú, envió una delegación a Japón con el propósito de establecer vínculos comerciales. De estas iniciativas surgió la famosa Nao de China, que durante tres siglos desembarcó en Acapulco, transportando mercancías valiosas provenientes de Asia.
Los ataques de corsarios y filibusteros representaron un desafío recurrente durante esta época. Por ejemplo, el virrey Armendáriz organizó la armada de Barlovento, destinada a proteger las costas de Nueva España y combatir las incursiones de piratas ingleses. Por su parte, el conde de Salvatierra, García Sarmiento de Sotomayor, reforzó las defensas en las costas de California, garantizando la seguridad de las naves que llegaban desde China.
La Ciudad de México experimentó un crecimiento notable en cuanto a la cantidad de conventos. Para 1649, este desarrollo llegó a ser tal que los habitantes enviaron una carta al rey Felipe IV, solicitando que se detuviera la creación de más centros religiosos en la capital, pues consideraban que eran desproporcionados respecto al número de habitantes.
La paz fue una constante durante gran parte del siglo XVII, aunque ocasionalmente se vio alterada por levantamientos indígenas y ataques piratas. Entre los líderes rebeldes más conocidos destaca Gaspar Yanga, quien encabezó una rebelión en 1609, y Jacinto Canek, que se alzó en armas en 1770 en Yucatán. Los piratas, por su parte, llevaron a cabo incursiones significativas como la de Campeche en 1678 y la captura de Veracruz por Lorencillo en 1683.
A pesar de la estabilidad política, el siglo XVII trajo pocos cambios en la expansión territorial, salvo eventos destacados como la fundación de la villa de Albuquerque en el norte. También se realizaron gestos simbólicos, como la dotación enviada al príncipe Felipe Próspero de Austria en 1657, que consistió en doscientos cincuenta mil pesos oro anuales, un tributo que cesó tras la muerte del príncipe en 1661.
El virrey Gaspar de la Cerda y Mendoza, conde de Galve, enfrentó desafíos territoriales. Bajo su mandato, la armada de Barlovento se movilizó hacia Tejas para expulsar a los franceses, replicando maniobras similares en Santo Domingo. Este episodio subraya las tensiones que marcaron el panorama internacional de la época.
El siglo XVIII marcó el inicio del dominio de la Casa de Borbón en el trono español, un periodo que trajo consigo importantes cambios para España y sus territorios en América. Felipe V, primer monarca de esta dinastía, ascendió al poder tras la Guerra de Sucesión Española, conflicto que estalló tras su designación como heredero por el último rey de la Casa de Austria. La guerra concluyó con la Paz de Utrecht en 1713, pero no sin pérdidas significativas para España, como la cesión de Gibraltar a los británicos. A pesar de su abdicación en 1724 en favor de su hijo Luis I, la temprana muerte de este lo obligó a retomar el trono hasta 1746, año de su fallecimiento. Su sucesor, Fernando VI, también murió sin dejar descendencia, y el trono pasó entonces a su hermano Carlos III, quien sería el gran impulsor de las reformas propias del Despotismo Ilustrado.
Carlos III implementó transformaciones significativas en Nueva España, enfocándose en modernizar la administración, promover la educación y revitalizar la economía. Mientras tanto, la amenaza de piratería, que había sido constante en los siglos anteriores, disminuyó notablemente. Muchos piratas se integraron a las filas de la marina británica, que para finales del siglo XVII ya había consolidado su supremacía naval. Sin embargo, conscientes de posibles ataques, los Borbones fortalecieron la flota española, especialmente durante el reinado de Fernando VI.
En el ámbito educativo, el siglo XVIII marcó un resurgimiento tras un largo periodo de estancamiento. Desde la fundación del primer colegio por Pedro de Gante en 1534 y la creación de instituciones como la Real y Pontificia Universidad de México en 1553, pocos avances habían ocurrido hasta este siglo. Fue bajo los Borbones cuando se fundaron importantes instituciones como la Real Academia de Bellas Artes en 1773 y el Colegio de Minería en 1783, donde destacó el químico Andrés Manuel del Río. La difusión cultural también cobró relevancia, con la aparición de publicaciones como El mercurio volante en 1693 y La Gaceta de México en 1728.
La evangelización y la educación en el interior del virreinato jugaron un papel crucial en la formación de líderes futuros. En la región purépecha, Vasco de Quiroga estableció el Colegio de San Nicolás Obispo en 1540, una institución clave donde se formaron figuras como Miguel Hidalgo. En paralelo, el desarrollo científico y cultural brilló con personalidades como Carlos de Sigüenza y Góngora, y José Antonio Alzate en astronomía. En el ámbito de las artes, el teatro novohispano vivió una época dorada, con exponentes como Sor Juana Inés de la Cruz y Juan Ruiz de Alarcón. Incluso en 1806, antes del fin del periodo virreinal, se representó en Nueva España la célebre obra El barbero de Sevilla, marcando un hito cultural.
Aunque la economía avanzó lentamente durante el siglo XVIII, las artes y la educación alcanzaron un esplendor notable, dejando un legado duradero. Este periodo no solo consolidó los valores culturales del virreinato, sino que sentó las bases para los profundos cambios que estaban por venir con el inicio del movimiento independentista.
A finales del siglo XVIII, las tensiones sociales y políticas comenzaron a manifestarse en forma de rebeliones contra el dominio español en América, marcando el inicio de un periodo de agitaciones independentistas. En 1798, se llevó a cabo la conocida Rebelión de los Machetes, un movimiento que pretendía acabar con la vida del virrey Miguel José de Azanza y proclamar la independencia de la Nueva España. Sin embargo, antes de que la conspiración lograra desarrollarse, sus líderes fueron descubiertos y detenidos, lo que frustró sus planes.
Con la promulgación de la Constitución de Cádiz en 1812, se introdujeron cambios significativos en la estructura política de los territorios americanos. Los virreinatos fueron abolidos, y en su lugar, se estableció un sistema de provincias con dependencia política directa de la Península Ibérica. En este nuevo esquema, el virreinato de Nueva España quedó inicialmente dividido en seis provincias, a las que se sumaron más tarde San Luis de Potosí y Nicaragua.
La Constitución de Cádiz fue suspendida y reinstaurada en varias ocasiones, reflejando las tensiones entre las fuerzas reformistas y conservadoras en el Imperio español. Finalmente, el 31 de mayo de 1820, Juan Ruiz de Apodaca restauró por última vez la vigencia de esta constitución en la Nueva España, en un intento por mantener el control político y adaptarse a las demandas de cambio que resonaban con fuerza en el continente. Estos acontecimientos dejaron al descubierto la fragilidad del dominio español, que poco después se desmoronaría con las luchas por la independencia en toda Hispanoamérica.
Hacia 1790, el Virreinato de Nueva España abarcaba un extenso territorio que se extendía por buena parte del continente americano, así como algunas regiones del sudeste asiático y el Pacífico.
Este inmenso territorio reflejaba el apogeo del poder español durante el periodo virreinal, siendo un mosaico de culturas, idiomas y paisajes geográficos que conectaban continentes y océanos bajo la administración de la corona. La diversidad y alcance de estas tierras subrayaban el carácter global del imperio español en aquella época.
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