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Virreinato del Perú

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El Virreinato del Perú fue una de las más vastas y significativas entidades territoriales del Imperio español en América, creado por la Corona española en 1542. Su capital se estableció en la ciudad de Lima, convirtiéndose en el centro político y administrativo del dominio español en gran parte del Nuevo Mundo. Originalmente, su extensión abarcaba casi toda América del Sur, incluyendo Panamá y territorios en Oceanía, pero excluyendo Venezuela, que dependía del Virreinato de Nueva España, y las zonas al este del Tratado de Tordesillas, reservadas para Portugal.

El inmenso territorio del Virreinato del Perú sufrió importantes reducciones con el paso del tiempo, particularmente durante las Reformas Borbónicas. En 1717, con la creación del Virreinato de Nueva Granada, el Perú perdió sus provincias más septentrionales. Posteriormente, en 1776, el surgimiento del Virreinato del Río de la Plata desgajó las regiones sureñas, mientras que el Virreinato del Brasil ampliaba sus dominios amazónicos. Finalmente, en 1798, la Capitanía General de Chile adquirió autonomía administrativa, abarcando la zona central de la actual república chilena.

A pesar de estas pérdidas, el Virreinato del Perú siguió siendo una de las principales posesiones de la Monarquía Hispánica en América del Sur a inicios del siglo XIX. Su riqueza, derivada en gran parte de la minería, aunque superada por el Virreinato de Nueva España en términos de caudales enviados a la metrópoli, aseguraba su relevancia dentro del Imperio español.

Las guerras civiles de independencia hispanoamericanas marcaron el declive del virreinato. Al principio, las autoridades virreinales mantuvieron la fidelidad a la Corona, sofocando los intentos de insurrección dentro y fuera de sus fronteras. Sin embargo, la situación cambió drásticamente en 1820, cuando la sublevación de las tropas destinadas a reforzar las fuerzas realistas en Perú dejó a los defensores sin apoyo significativo desde España.

El avance de los movimientos independentistas, liderados desde el sur por José de San Martín y desde el norte por Simón Bolívar, selló el destino del virreinato. San Martín proclamó la independencia del Perú el 28 de julio de 1821, aunque los enfrentamientos persistieron. Tras el retiro de San Martín, Bolívar asumió el liderazgo militar y político, consolidando la independencia con la victoria en la batalla de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824. Este hecho marcó la capitulación del Ejército Real del Perú y el fin efectivo del virreinato.

A pesar de la derrota, algunos focos de resistencia realista persistieron, como la Fortaleza del Real Felipe en el Callao y el archipiélago de Chiloé. Sin embargo, estos últimos reductos sucumbieron finalmente en 1826, completando la independencia de los territorios que alguna vez formaron el Virreinato del Perú.

Historia

Fundación del virreinato del Perú

La conquista del Perú comenzó en 1532 con la captura del Inca Atahualpa en la ciudad de Cajamarca, liderada por Francisco Pizarro y su hueste. Este evento marcó el inicio de un largo proceso de conquista que culminaría completamente en 1572 con la derrota final de los incas. Durante ese tiempo, los españoles se valieron del apoyo crucial de diversos grupos indígenas que habían sido subyugados por el Imperio inca, como los huancas, caxamalcas, chancas y huaylas. Estas alianzas desempeñaron un papel esencial en la consolidación de su dominio.

Virreinato del Perú

1542-1824

Enseña de los ejércitos virreinales

 

Máxima extensión del virreinato hacia 1542.

Capital

Lima (1542-1821)

Cuzco (1821-1824)

Idioma oficial

Español                 

quechua

aimara

puquina

Superficie  

• Total

 

6 363 967 km²      

Religión

Catolicismo           

Los españoles, con el respaldo de estos aliados nativos, lograron no solo vencer en enfrentamientos clave, sino también establecer un sistema político y administrativo que sentaría las bases del control virreinal. Crearon la Gobernación de Nueva Castilla, que abarcaba la región central del futuro Virreinato del Perú, en el corazón del territorio que hasta entonces había pertenecido al Imperio incaico.

En la sierra central, la resistencia liderada por Manco Inca y sus generales enfrentó un obstáculo formidable en los huancas, quienes apoyaron firmemente a los españoles. Este apoyo resultó decisivo para neutralizar los ejércitos incas en esa región. De manera similar, en la costa, los huaylas desempeñaron un papel vital al impedir la toma de la recién fundada ciudad de Lima, que se convertiría en el principal centro administrativo y político del dominio español en Sudamérica.

La colaboración de estas comunidades indígenas no solo facilitó la victoria militar de los conquistadores, sino que también permitió que los españoles pudieran establecerse y organizar su presencia en el territorio conquistado, marcando el inicio de un nuevo orden en la región.

En 1544, el emperador  Carlos I designó a Blasco Núñez Vela como el primer virrey del Perú. Más tarde, entre el 2 de septiembre de 1564 y el 26 de noviembre de 1569, Lope García de Castro, administrador español, actuó como virrey interino y estableció la primera Audiencia en América del Sur.

Aunque la estructura del virreinato ya estaba definida, no fue plenamente organizada hasta la llegada de Francisco Álvarez de Toledo como virrey. Considerado uno de los administradores más destacados de su tiempo, Toledo llevó a cabo una inspección exhaustiva de la región. Durante su mandato, instauró la Inquisición en el virreinato y promulgó leyes que afectaban tanto a los indígenas como a los españoles, debilitando significativamente el poder de los encomenderos. También reformó el sistema laboral de la mita, reduciendo las antiguas prácticas heredadas del Imperio incaico. Además, reforzó las defensas del virreinato mediante la construcción de fortificaciones, puentes y la creación de la Armada del Mar del Sur, diseñada para proteger la región de los ataques de piratas.

Uno de los hitos más relevantes de su administración fue el fin del Estado Neo-Inca de Vilcabamba, que culminó con la ejecución del Inca Túpac Amaru. Toledo también impulsó el desarrollo económico a través de la explotación minera, particularmente en las ricas minas de plata de Potosí, y consolidó el monopolio comercial que conectaba al virreinato con otros territorios del Imperio español.

Aunque el Tratado de Tordesillas había asignado el Amazonas y territorios aledaños a España, la unión de las coronas española y portuguesa entre 1580 y 1640 complicó la administración de estas regiones. Durante ese periodo, los territorios portugueses en Brasil estuvieron bajo el control español, lo que permitió a los portugueses extender sus asentamientos en partes de la cuenca del Amazonas. A pesar de esto, España organizó expediciones para explorar la región, como la encabezada por Cristóbal de Acuña, enviada por Luis Jerónimo de Cabrera, conde de Chinchón, como parte del regreso de la expedición de Pedro Teixeira.

En el Pacífico, varias islas y archipiélagos fueron visitados por navegantes españoles durante el siglo XVI. Entre ellas destacan Nueva Guinea, descubierta por Íñigo Ortiz de Retez en 1545; las Islas Salomón, exploradas en 1568; y las Marquesas, visitadas por Álvaro de Mendaña de Neira en 1595. Sin embargo, España no intentó comerciar ni conquistar estas tierras, dejando su desarrollo en manos de futuras potencias coloniales.

Avances y complicaciones en el virreinato

Durante la época virreinal, los virreyes del Perú enfrentaron la constante amenaza de contrabando y ataques por parte de corsarios franceses, así como de piratas ingleses y holandeses. Para proteger la costa del Pacífico, se reforzaron las fuerzas navales, se fortificaron puertos como Valdivia, Valparaíso, Arica y el Callao, y se construyeron murallas alrededor de ciudades importantes, como las de Lima en 1686 y Trujillo entre 1685 y 1687. A pesar de estas medidas, episodios como el saqueo y captura de la ciudad de Panamá a manos del corsario galés Henry Morgan a principios de 1670, evidenciaron las vulnerabilidades de la región. Sin embargo, las fuerzas españolas lograron rechazar ataques posteriores, como los liderados por Edward David en 1684 y 1686, y los de Charles Wager y Thomas Colb en 1708. Más adelante, la Paz de Utrecht permitió a los británicos enviar mercancías y barcos a la feria de Portobello, abriendo nuevas dinámicas comerciales en la región.

El periodo estuvo marcado también por numerosas revueltas y desafíos internos. En 1656, Pedro Bohórquez se autoproclamó Inca entre los indígenas Calchaquíes, alentando un levantamiento indígena. Entre 1665 y 1668, los acaudalados mineros José y Gaspar Salcedo lideraron una rebelión contra el gobierno virreinal. También surgieron tensiones entre el clero local y las autoridades debido a la designación de prelados enviados desde España. En Lima, el virrey Diego Ladrón de Guevara tuvo que lidiar con un levantamiento en la hacienda de Huachipa. Además, desastres naturales como los terremotos de 1655 y 1687 asolaron a la población, agravando las dificultades.

En términos legislativos y económicos, la administración de los virreyes trajo importantes reformas. Durante el mandato de Baltasar de la Cueva Enríquez, se compilaron las Leyes de Indias, mientras que Diego de Benavides y de la Cueva promulgó en 1664 la Ordenanza de Obrajes, regulando la producción manufacturera. Por su parte, Pedro Álvarez de Toledo y Leiva introdujo el papel sellado, un impuesto que gravaba documentos legales. En 1683, Melchor de Navarra y Rocafull reabrió la casa de moneda de Lima, cerrada desde 1572. Asimismo, el virrey Diego Ladrón de Guevara impulsó la producción de plata en las minas de Potosí y fomentó la actividad minera en San Nicolás, Cajatambo y Huancavelica, además de imponer fuertes impuestos a la producción de aguardiente de caña de azúcar, limitando su elaboración a fábricas autorizadas.

Virreinato en su máxima extensión en 1650 (verde oscuro) y el virreinato en 1816 (marrón oscuro)

En cuanto a la infraestructura y arquitectura, este periodo fue testigo de importantes avances. Se inauguraron iglesias como Los Desamparados en 1672 y La Buena Muerte, así como el convento de los Mínimos de San Francisco de Paula. También se construyeron hospitales como el del Espíritu Santo en Lima y el de San Bartolomé, contribuyendo al desarrollo social y sanitario de la colonia.

Las reformas borbónicas

En 1717, se estableció el Virreinato de Nueva Granada a partir de los territorios septentrionales que incluían las audiencias de Bogotá, Quito y Panamá. Aunque esta nueva jurisdicción tuvo una existencia breve inicialmente, pues fue disuelta en 1724, se restableció de manera definitiva en 1740. Más adelante, en 1776, la creación del Virreinato del Río de la Plata, que abarcaba áreas del sur como las actuales Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay, supuso la pérdida para el Perú de las audiencias de Charcas y Buenos Aires. Paralelamente, el antiguo Tratado de Tordesillas, vigente desde hacía 256 años, fue reemplazado en 1750 por el Tratado de Madrid, que concedió a Portugal el control sobre los territorios ocupados en América del Sur durante los siglos precedentes. Este cambio territorial desencadenó la Guerra Guaraní en 1756.

En cuanto a la región del Amazonas, que en su momento fue parte del Virreinato del Perú bajo el nombre de Guayana Española, pasó a manos de los portugueses a comienzos del siglo XVIII. Con la firma del Tratado de Madrid, estas tierras quedaron incorporadas al imperio portugués y, tras la proclamación de la República de Brasil en 1889, se convirtieron en un estado brasileño.

Algunos virreyes dejaron un impacto significativo en el ámbito científico, político y económico del virreinato. Manuel de Amat y Juniet lideró una expedición hacia Tahití, además de implementar importantes obras públicas en Lima, como la construcción de la primera plaza de toros. También se encargó de promulgar el primer reglamento de comercio y organizar el sistema aduanero, que culminó con la construcción de la aduana en el Callao. Durante su administración, además, se edificó la fortaleza del Real Felipe en 1774 para reforzar la defensa costera, en un contexto de tensiones con Gran Bretaña, como las vividas durante la Guerra del Asiento (1739-1748).

Por otro lado, Teodoro de Croix impulsó la descentralización administrativa al crear ocho intendencias en la jurisdicción de la Audiencia de Lima y dos más en la Capitanía General de Chile. Asimismo, colaboró en la fundación de la Junta Superior de Comercio y el Tribunal de Minería en 1786, buscando estimular el desarrollo económico. Francisco Gil de Taboada, por su parte, reincorporó la región de Puno al Virreinato del Perú, mientras que José de Armendáriz fomentó la producción de plata y emprendió acciones contra el fraude y el contrabando.

Sin embargo, este periodo no estuvo exento de conflictos. A lo largo del siglo XVIII, hubo catorce grandes rebeliones de indígenas peruanos. Entre las más destacadas figuran la liderada por Juan Santos Atahualpa en 1742 y el levantamiento serrano de Túpac Amaru II en 1780, que tuvo un impacto profundo en la región. También se produjeron revueltas como la de los comuneros en Paraguay entre 1721 y 1732. Además, en 1767, los jesuitas fueron expulsados del territorio, lo que marcó un giro en la política eclesiástica del virreinato.

Por último, desastres naturales como el devastador terremoto que arrasó Lima y el Callao en 1746 también dejaron una profunda huella. Ante esta tragedia, se llevaron a cabo esfuerzos de reconstrucción y mejoras, incluyendo la atención médica en diez hospitales de Lima y la creación de un orfanato, iniciativas encabezadas por el virrey Manuel de Guirior.

Fin del virreinato del Perú

Durante el mandato del virrey José Fernando de Abascal y Sousa, se impulsaron significativas reformas educativas, se reorganizó el ejército y se sofocaron diversas rebeliones locales. Uno de los eventos destacados de su administración fue la abolición temporal de la Inquisición de Lima, resultado de las reformas emprendidas por las Cortes en España.

Cuando las guerras de independencia comenzaron en 1810, el Perú se convirtió en el bastión central de la reacción realista. Abascal consiguió reincorporar provincias como Córdoba, Potosí, La Paz, Charcas, Rancagua y Quito al Virreinato del Perú. Durante catorce años, el Ejército Real del Perú logró vencer a los ejércitos de Argentina y Chile, consolidando al Perú como el último refugio realista en Sudamérica.

Sin embargo, este periodo no estuvo exento de adversidades. En 1812, un incendio devastador destruyó aproximadamente la mitad de la ciudad de Guayaquil. Posteriormente, aunque el célebre Lord Cochrane atacó Guayaquil y Callao sin éxito, logró capturar Valdivia el 4 de febrero, un enclave conocido como «la llave del Mar del Sur» y «el Gibraltar del Pacífico» por sus imponentes fortificaciones. A pesar de estas pérdidas, el virreinato consiguió defender la isla de Chiloé hasta 1826.

El 8 de septiembre de 1820, la Expedición «Libertadora» del Perú, organizada principalmente por el gobierno chileno bajo los planes de José de San Martín, desembarcó en la bahía de Paracas, cerca de Pisco. Con San Martín al frente del ejército de tierra y Thomas Cochrane comandando la flota, la expedición logró asegurar la rendición del Callao tras derrotar a la marina española. Aunque las negociaciones con el virrey no llegaron a buen puerto, los independentistas ocuparon Lima el 21 de julio de 1821, y el 28 de julio, se proclamó la independencia del Perú. Aún así, el virrey José de la Serna e Hinojosa, con un contingente militar considerable, se retiró hacia Jauja y luego a Cusco.

El 26 de julio de 1822, San Martín se reunió con Simón Bolívar en Guayaquil para coordinar la revuelta en el resto del Perú. Aunque los detalles de esta reunión son desconocidos, San Martín regresó a Argentina y Bolívar asumió el liderazgo de la ofensiva contra las fuerzas realistas en Perú y el Alto Perú (hoy Bolivia). Bolívar llegó a Lima en septiembre de 1823 acompañado de Antonio José de Sucre para planificar las acciones finales.

Batalla de Ayacucho

En 1824, un breve retorno realista a Lima precedió el inicio de una rebelión liderada por Pedro Antonio Olañeta contra el virrey José de la Serna. Este conflicto interno debilitó al ejército realista y desencadenó una guerra civil en el Alto Perú. Bolívar, tras reagrupar sus tropas en Trujillo, marchó hacia el sur en junio y enfrentó a las fuerzas españolas comandadas por el mariscal José de Canterac en la batalla de Junín el 6 de agosto de 1824, obteniendo una victoria decisiva en una lucha sin el uso de armas de fuego.

En octubre de 1824, Bolívar cedió el mando de las tropas rebeldes a Sucre, mientras que el control realista se reducía a Cusco. La confrontación final tuvo lugar el 9 de diciembre de 1824, en la batalla de Ayacucho, cerca de la localidad de Quinua. Este enfrentamiento, liderado por Sucre, selló la independencia del Perú. Durante la batalla, las tropas españolas sufrieron importantes pérdidas, con 2.000 muertos y heridos, además de 3.000 prisioneros, y su ejército quedó completamente disperso. El virrey José de la Serna, herido y capturado, firmó la capitulación final que puso fin al dominio español en Perú. Poco después fue liberado y regresó a Europa.

A pesar de algunos intentos infructuosos por parte de España de recuperar sus antiguos territorios, como el asedio del Callao en 1826, la muerte del rey Fernando VII en 1836 marcó el fin de las pretensiones españolas sobre América continental. En 1867, España firmó un tratado de paz con Perú, y en 1879, reconoció oficialmente su independencia.

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